martes, 4 de septiembre de 2018

Nepal 2018: Football @ Bangthali

Tras un paréntesis de escasos 5 dias por Europa a finales de Marzo volvía a Nepal por segunda vez con un objetivo especial en la querida aldea de Bangthali.

Después de un viaje largo con parada en Doha, aterricé en la capital Kathmandú y esta vez me alojé en el famoso barrio de Thamel para descansar para el siguiente trayecto que tocaba al dia siguiente. Quedé de forma rápida con Quique (el culpable de mi enamoramiento por Nepal)  y Bijay (el segundo culpable y no por ello menos importante) para tomar unas cervezas y para recibir la lista de la compra que haría falta para los próximos días por el poblado.


Dormí unas escasas 5 horas, el hermano de Bijay  me recogería a las 5 de la mañana con el jeep que ya tenía alquilado para ir por segunda vez en 1 año a Bangthali. Como ya escribí el año anterior, el pueblo consiste en casas con mínimos recursos desperdigadas por el valle en la cordillera del Himalaya con una infraestructura inexistente de transporte, electricidad o salubridad. Al menos en el aspecto educativo, la Asociación Sainz de Baranda está intentando que sus niños tengan un futuro más prometedor con la construcción de una escuela financiada por esta organización en respuesta a su derrumbamiento con el terremoto de 2015.  Ha habido mejoras con respecto el año pasado ya que ahora hay una casa habilitada para voluntarios con unos mínimos de comodidad (colchón, luz de vez en cuando y una bombona de butano que permite cocinar con un camping gas) e incluso una cuarto de baño y una ducha con agua caliente generada por energía solar compartida eso si por todo el pueblo.


En esta ocasión, un chico de Murcia había organizado el 2º campamento de futbol del valle para enseñar los valores del deporte a los niños y sobre todos para que pasaran unos días muy divertidos. Gracias a toda su logística fueron capaces de llevar un centenar de kilos de todo tipo de equipaciones y material de fútbol. Yo me perdería parte de los entrenamientos, pero llegué justo para el dia de las finales y entrega de trofeos donde incluso tuvimos que jugar nosotros para estar más involucrados en el proyecto. Yo por mi parte, llevé unos 35 kilos de material con decenas de camisetas que recolecté gracias a muchos de mis amigos que generosamente donaron por la causa y que fue divertido y gratificante repartir allí. Ha de constar que la final contra el pueblo de al lado la perdimos 2-1 y perdimos el campeonato pero ganamos mucha fuerza e ilusión para el próximo campamento que seguramente se haga muy pronto.

 


Los primeros días consistirían en hacer comprender a los niños y no tan niños la importancia de un hábito deportivo con simples entrenamientos y juegos motrices.
El ingeniero que llevaba la construcción de la nueva fase de la escuela se tuvo que ir a Kathmandú, por lo que el avance en la escuela sería mínimo esos días.  Se está llevando a cabo con una nueva técnica a prueba de movimientos sísmicos consistente en sacos de arena prensada superpuestos de forma que absorban las vibraciones y resistan sus paredes. En relación a esto, yo solo pude colaborar en la criba de arena y en bajar leña del monte que más tarde serviría para hacer las puertas y ventanas.
Los chicos murcianos se fueron y yo me quedaría con Amanda, una voluntaria canadiense con la que hice muy buenas migas a la espera que viniera mi hermano un par de días después. Dichos días los pasamos entregando mis equipos deportivos y balones (que durarían escasas horas antes de pincharse) y comiendo DalBat en casa de Nani.


 
 

El dia de cambio de turno, es decir, en el que mi hermano llegaba en otro jeep y Amanda volvía a la capital en el autobús local, aconteció una singular historia digna de reality. Nabrash, uno de los chicos jóvenes de la aldea que ayudaban en la construcción de la escuela se desplomó repentinamente y empezó a convulsionar. Desde una perspectiva occidental, aun no teniendo conocimientos de medicina, la cosa indicaba algún problema nervioso o epiléptico en la que debería intervenir un médico. Yo sugerí por tanto llevarlo a Kathmandú con el jeep con el que mi hermano estaría a punto de llegar y me tomaron por loco. Ellos, en su falta de desconocimiento, achacaban la culpa a un demonio que le había poseído.  No hubo manera de hacerlos entrar en razón, llegando al punto de hacer varios exorcismos al chico practicados por chamanes y tambores.  Después del tercer dia Nabrash reaccionaba a estímulos auditivos y de tacto y tengo noticias que después de algunas semanas incluso se recuperó, pero muy a mi pesar le han quedado secuelas.

 
 
 
 

Tras la llegada de mi hermano, fuimos hasta una torre de antena que hay algo más arriba en el monte y desde donde un dia claro se pueden ver algunos de los picos de más de 8000 de la cordillera del Himalaya. Ese dia no pudimos verlos, pero aun así las vistas eran espectaculares. Ni que decir tiene que nuestras medidas de seguridad subiendo a esos 20 metros de altura de la torre fueron nulas. Los niños la subían a una velocidad alucinante sin ver ningún tipo de peligro o vértigo.
Mi hermano también trajo más material deportivo que repartimos y disfrutamos de las sonrisas de los más pequeños cocinando algo de pasta (la que les parecía insípida sin curry, especias o kilos de sal) e incluso la última noche nos tomamos unas cuantas cervezas que habíamos traido.


Una vez mas, gracias Bangthali por otra lección de vida en cuanto a las cosas importantes en la vida, que como no podía ser de otra manera, no se pueden comprar con dinero.


Por motivos económicos y aventureros decidimos hacer la vuelta a Kathmandú en el autobús local, cosa que fue divertida y algo peligrosa al mismo tiempo. Mi hermano empezó a encontrase mal a la llegada a la Durban Square, por lo que nos tomamos un lassi y nos fuimos directos al hostal, donde él pasaria los siguientes dos dias en reposo con unas fiebres muy altas. Pero dejemos la segunda parte del viaje para el próximo post, que aunque lleve retraso, lo escribiré.

Entre tanto, ¿qué tal si vemos el video del viaje?


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