viernes, 22 de febrero de 2019

USA: Los Angeles, Death Valley, Las Vegas

Ya tocaba otro viaje en familia y esta vez decidimos unas fechas algo especiales para ir, el fin de año y el comienzo de otro nuevo. Destino, el oeste de los Estados Unidos.
Algo que parecía difícil a priori yendo con padres, era la opción de no planificar el viaje en exceso y sobre todo no reservar las noches donde fuéramos a dormir, pero el resultado final fue satisfactorio y creo que no será el último viaje con estas características para ellos.
Cabe mencionar la visita a la cabina del avión en pleno vuelo dada una casualidad de amistades entre mi padre y el piloto. Con un cielo despejado y una luminosidad buena, fuimos testigos de un espectáculo visual cuando pasamos por el continente gélido de Groenlandia.


Al llegar a Los Angeles, y tras el rollo burocrático del aeropuerto, alquilamos un señor Nissan Pathfinder todoterreno que nos iría transportando a lo largo de tres Estados los próximos dias. Nos dirigimos a la zona de Santa Monica donde nos quedamos a descansar la primera noche y elegimos el típico motel del cine hollywoodiano. Fuimos dando un paseo hasta el famoso muelle, del que puedo decir que es bastante decepcionante y cutre, lo que supongo que pasa en muchos sitios americanos que tenemos idealizados por las películas.


El dia siguiente, conducimos por las calles de Los Angeles en concreto por Beverly Hills y Hollywood. Dimos una vuelta por el paseo de la fama bien temprano por la mañana y nos hicimos las típicas fotos con estrellas concretas.




Tras ello, dejaríamos atrás la gran urbe para atravesar el Death Valley, una pequeña parte del desierto de Mojave, donde hicimos varias paradas para contemplar los contrastes paisajísticos que tiene esta zona. Cañones, desiertos áridos, las dunas de Mesquite e incluso un lago seco que deja un terreno blanco, árido y liso donde son muy famosas las rocas que "se mueven" dados los movimientos tectónicos del área. Pena que no pudimos ver esto último dada la oscuridad de la noche que se nos echó encima.





Según pasamos el asentamiento de Death Valley Junction (me refiero a asentamiento, porque realmente no son pueblos tal y como concebimos en Europa, sino que son una decena de caravanas nómadas o tres casas prefabricadas en medio de la nada), dejábamos atrás el Estado de California para entrar en el de Nevada y es allí donde encontramos un complejo de casino y habitaciones para poder pasar la noche. Nevada es famoso por su peculiar legislación sobre el juego y los casinos, los cuales prácticamente no cierran. Como turistas sin ningún tipo de adicción, vimos que la forma más barata de alojarse era en estos complejos dado que tienen unas instalaciones muy buenas, con habitaciones amplias y de gran calidad, todo enfocado por supuesto a que el verdadero gasto de dinero lo hagas en las ruletas o máquinas tragaperras. Algunas monedillas si que nos gastamos por la noche después de cenar, pero lo cierto es que la bebida que van sirviendo por la sala también es gratuita para los apostantes y puedes pasar una dinámica y curiosa noche por cuatro duros. Total 50$ la noche para cuatro personas con barra libre. ¿Quién diría eso en EE.UU. eh?

El último día del año llegó y nosotros nos encargamos de que coincidiera en la icónica ciudad de Las Vegas. A unos 40km antes de llegar hay que atravesar un sistema montañoso de vistas agradables donde nos sorprendió una gran nevada que hizo que nos retrasáramos un par de horas, pero es lo que tiene las más que conocidas temperaturas extremas del desierto.


Según llegamos a esa gran masa de calles y rascacielos en medio de la nada, contemplamos atónitos las gran avenida llamada Strip  donde se ubican los casinos más famosos que todos conocemos por las pelis: El Caesar, Bellagio, Palazzo, Mirage, Treasure Island, Paris, Venice, Encore, Flamingo, Mandalay, Excalibur... Nosotros nos alojaríamos en uno más modesto, pero no por ello barato (sobre todo por el dia de Nochevieja) llamado Royal Resort muy cerca del Encore.

No pudo faltar la visita al famoso cartel de bienvenida a la ciudad y una fugaz incursión por los outlets del sur, no viendo nada extraordinariamente barato o que mereciera la pena.



Nos dimos un señor homenaje comiendo en un restaurante italiano de alto nivel y mi hermano y yo nos prepararíamos para correr una carrera homenajeando a nuestra San Silvestre Vallecana, llamada Resolution Run 2018 y organizada por el club de corredores de la ciudad, aunque decidimos hacer la distancia de 5k. Me llena de orgullo decir que el Club Atletismo Leganés ha debido de hacer algo bueno conmigo, porque pude subir por primera vez al podium como 1º de mi categoría (7º en la absoluta que tampoco está tan mal). Mi hermano quedó 2º de su categoría y 5º de la absoluta pero por algún error inexplicable en su chip, no hubo podium para él.


Curioso también que reconocí a un veterano de guerra que había visto semanas antes en el programa Marathon Man de Raúl Gómez. Charlamos un rato y creo que le hizo bastante ilusión que alguien le conociera simplemente por un reportaje en un pais a miles de kilómetros. Creo que el frio que pasaron mis padres (especialmente mi padre) a unos 0ºC y posiblemente a sensación térmica menor, será mejor ni comentarlo.


Todo una odisea para volver al hotel en uber, dado que estábamos a las afueras y la famosa avenida la cortaban a partir de las 6 de la tarde para la celebración del nuevo año. Después de un merecido descanso y una cena americana sin uvas y sin nada, caminamos varios kilómetros por el Strip para ver los fuegos artificiales y visitamos un par de casinos. Acabamos jugando en el Mirage unas decenas de dólares e incluso brindando con gin tonics.




Toda Nochevieja tiene su anécdota y a parte de la peculiar localización geográfica me quedaría con nuestra caminata de vuelta donde cogímos un ascensor en uno de los puentes peatonales y nos quedamos atrancados durante unos 10 minutos con un número obviamente excesivo de personas y mendigo durmiendo incluido. La foto del momento no es muy buena, pero lo suficiente para dejar el post aquí, pero atentos porque al viaje aún le queda leña que cortar.