La idea del
verano era de nuevo el Este de Europa y sobre todo conocer bien a
fondo uno delos pocos países europeos que me quedan, Rumanía.
Volaría desde
Alicante donde me fui dos días para aprovechar y ver a mi querida
Amanda, la que conocí en Nepal, que estaba de voluntaria granjera
por la zona. Entre tanto, Vela y mi hermano calentaban motores en el
país de los Cárpatos viendo algo de Transilvania que yo visitaría
más adelante.
Una vez
aterrizado en la capital rumana, los dos susodichos me recogieron en
el aeropuerto y nos fuimos al mar directamente, concretamente a
Mamaia, una línea de costa que divide el propio Mar Negro y el Lago
Siutghiol y donde se encuentra la mayor concentración de discotecas
y sitios para salir de toda Rumanía. En realidad es una zona de
resorts colindante a la ciudad de Constanta, lugar que pateamos por
la mañana, destacando sin duda su paseo marítimo y su gran Casino
abandonado.
Y ahora viene la
decepción. En todo sitio de fiesta veraniega que se precie se espera
una masificación de gente y decenas de opciones para salir. Y así
parece ser que es Mamaia (la Ibiza rumana la llaman), pero únicamente
los sábados y domingos. El resto de dias de la semana es un sitio de
playa tranquilo con absolutamente cero ambiente por la noche.
Imaginad que fuimos a pasar las maravillosas noches de martes y
miércoles. Dias, por tanto, de mucho relax y de algo de deporte
playero es lo más que puedo contar.
El último dia de
mi hermano y Vela sería completito. Decidimos bajar hacia al sur
hasta la frontera con Bulgaria, a un pueblecillo hippie costero
llamado Vama Veche. Sin ninguna duda, este lugar hubiera sido mejor
opción desde el principio por su ambiente y precios, pero como
alguien dijo, más vale poco que nada y pasamos una muy buena mañana
de playa culminando con pescaitos fritos para comer.
Volvimos a
Bucharest justo a tiempo para poder hacer el Free Walking Tour de la
ciudad, a la vez que yo me ponía en contacto con una antigua
compañera rumana de trabajo que al parecer estaba por allí. Elena y
Theo hicieron aparición pues y nos dejaron muy amablemente darnos
una merecida ducha en su hotel para poder quitarnos la sal y estar
presentables para una noche larga de fiesta. No teníamos alojamiento
dado que nuestros respectivos vuelos salían demasiado pronto para
que pagar una noche de hostal mereciera la pena. Dicho y hecho, un
pedo como un castillo por los garitos más que animados de Bucharest
y directos al aeropuerto.
Mientras
Miguelito y Vela volaban de regreso a España, yo cogía un vuelo
interno para llegar a la ciudad del oeste de Rumanía, Timisoara.
Por unos dias mi
aventura continuaría solo. La llegada a Timisoara no diré que fue
un camino de rosas. Llegué sin dormir, con resaca y sin poder hacer
el check-in temprano. El hostal sin ningún tipo de ambiente no
merece las mejores críticas y qué decir que mi compañero de
habitación ganó la lotería con los chinches de la cama puagg :(
Al dia siguiente
cambié de hostal, siendo todo un acierto, aunque estuviera más
alejado del centro, con buen ambiente y sobre todo, limpio. Caminé
mucho por toda la ciudad visitando los principales puntos de interés,
la Piata Unirii, la exhibición de la revolución del 89, Piata
Victoriei, Metropolitan Cathedral e incluso el museo del comunista
consumista.
Como curiosidad
también estuve en un bar que tiene un pequeño museo con reliquias
comunistas en el desván. Tuve tiempo de entrenar junto al rio y
caminar hasta el museo de historia de Banat,que no deja de ser un
pequeño asentamiento de casas rumanas de hace dos o tres siglos.
Para finalizar la visita en Timisoara decidí pasar la última tarde
por la piscina municipal y refrescarme del intenso calor que azotaba
Europa.
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